¿Por qué los humanos modernos tenemos el rostro que tenemos?

Los humanos modernos tienen una cara corta y retraída debajo de una caja cerebral globular que es “distintivamente diferente” de la de nuestros parientes vivos más cercanos y de homínidos ya extintos como los neandertales.


La dieta, la fisiología respiratoria o el clima ayudaron a esculpir nuestro rostro, pero la comunicación social ha sido, de alguna manera, pasada por alto como factor subyacente en su actual forma, según los autores del estudio de centros como la Universidad de Nueva York, la Complutense de Madrid y la canadiense de York.


El estudio publicado este lunes por Nature Ecology and Evolution ha rastreado los cambios en la evolución a lo largo de cuatro millones de años, desde la cara de los primeros homínidos africanos hasta la apariencia de la actual anatomía humana.

Un complejo esquelético de 14 huesos


La cara es un complejo esquelético formado por 14 huesos y los expertos han trazado su historia evolutiva en el contexto de su desarrollo, morfología y función, que “sugiere que su apariencia es resultado de una combinación de influencias biomecánicas, fisiológicas y sociales”, indica el estudio.


Los expertos sugieren que el rostro evolucionó no solo por factores como la dieta o el clima, sino “posiblemente” para dar más oportunidades a los gestos y a la comunicación no verbal, que eran “habilidades vitales” para establecer redes sociales amplias.


El paleoantropólogo español Juan Luis Arsuaga, uno de los firmantes del estudio, ha explicado a Efe que su propuesta es que la cara moderna, a diferencia de la de los neandertales y sus antepasados, “está al servicio de la comunicación no verbal”.


Así, el rostro es “un órgano del lenguaje” y los humanos modernos, dice, son “literalmente más ‘expresivos’ que cualquier otra especia humana que haya existido”.


Entre los fósiles empleados los hay procedentes de la Sima de los Huesos, el yacimiento de fósiles humanos más rico del planeta, ubicado en el sitio arqueológico de Atapuerca.


La cara de los neandertales y la de los humanos modernos, aspectos en los que se centra la aportación de Arsuaga, “aparecieron antes de que lo hiciera un cerebro de tipo neandertal o sapiens, respectivamente, como se puede ver estudiando la parte del cráneo que la contiene”.

Estos son cráneos de homínidos de los últimos 4,4 millones de años. Autor: Rodrigo S. Lacruz.


En lugar de la pronunciada cresta de la frente de otros homínidos, los humanos desarrollaron una frente lisa con cejas más visibles, con más vello y con mayor rango de movimiento.


Esta circunstancia, unida a la esbeltez de nuestros rostros nos permite “expresar una amplia gama de emociones sutiles, incluyendo el reconocimiento y la simpatía”, indica en un comunicado de la Universidad de York Paul O’Higgins, otro de los firmantes del artículo.


Los actuales humanos podemos emplear nuestra cara para expresar más de 20 categorías de emociones a través de la contracción o relajación de los músculos.


O’Higgins señala que aparte de los límites marcados, por ejemplo, por el tamaño de la cavidad nasal, es “posible” que la cara siga evolucionando en la medida en que nuestra especie sobreviva, emigre y encuentre nuevas condiciones ambientales, sociales y culturales.


Arsuaga explica el uso del enfoque “modular” de la evolución del cráneo humano en su conjunto, que ellos descomponen “en diferentes unidades morfológicas y funcionales (o módulos) los cuales han ido cambiando de forma bastante independiente en la evolución.


Este modelo evolutivo se llama “evolución en mosaico” y “seguramente la perspectiva de la evolución en mosaico, considera, es la más adecuada para estudiar la evolución humana”.


Para Arsuaga, “aunque no se puede probar, el Homo sapiens ha llevado al máximo la complejidad social y eso se refleja en su cara.

Por qué tu cara se ve distinta a la de un chimpancé


Rodrigo S. Lacruz, otro de los firmantes de este trabajo e investigador en la Universidad de Nueva York, detalla a Efe que, en general, la arquitectura craneofacial y las marcas óseas que representan las inserciones y terminaciones de los músculos permiten hacer modelos virtuales de los movimientos y de la posible fuerza de esos músculos.


“Comparando estos modelos con otros de chimpancés y humanos nos da idea de algunas posibilidades en cuanto a la capacidad de movimiento de los músculos asociada con expresiones faciales”, recalca este científico.


Precisamente, Lacruz hace dos años se reunió con grupo de expertos en Madrid para discutir las raíces evolutivas del rostro humano moderno, una discusión y un trabajo investigador que ahora ve la luz; el artículo que se publica en Nature Ecology and Evolution es un relato “detallado y unificado” de esta historia que abarca unos 4 millones de años, según un comunicado de la Universidad de Nueva York.


¿Y en qué se diferencia nuestro rostro del de los chimpancés? Lacruz afirma que en términos generales nuestros rostros están posicionados debajo de la frente y carecen de la proyección hacia adelante que tenían muchos de nuestros parientes fósiles; también tenemos crestas de cejas menos prominentes y nuestros esqueletos faciales tienen más topografía.


“En comparación con nuestros parientes vivos más cercanos, los chimpancés, nuestros rostros están más retraídos y están integrados en el cráneo en lugar de ser empujados delante de él”, resume. EFEfuturo

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